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Miles de aficionados se concregaron en Cervera

Marc Márquez agasajado en su pueblo natal, Cervera
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Marc Márquez agasajado en su pueblo natal, Cervera

El pentacampeón del mundo fue homenajeado por la consecución de su quinto título mundial

Por Tomás Diaz-Valdés
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domingo 20 de noviembre de 2016, 09:23h

Cervara es un pueblo pequeño situado en la provincia de Lerida. Se encuentra a 100 kilómetros de Barcelona y a a 60 kilómetros de Lerida. Tiene cecca de 10 mil habitantes. Es un localidad con mucha historia. Se le puede catalogar -de hecho así lo es- como monumental. Cuenta con 10 construcciones históricas cualificadas por el ministerio de Cultura de Bienes Culturales de Interes Nacional. Es un pueblo con raices muy catalanas y donde la lengua madre -mas ahora- predomina sobre cualquier otra. En estos días, ha vuelto a ser foco de la noticia. En esta localidad nació y vive Marc Márquez. Este fin de semana sus paisanos ha repetido lo que ya es una fiesta popular: la celebración del quinto título mundial de su honorable vecino, Marc Márquez

Un año más, Marc Márquez ha vuelto a celebrar en Cervera y junto a miles de aficionados un nuevo éxito: su quinto título en el Campeonato del Mundo. Tras comenzar la jornada con un acto institucional en el Ayuntamiento, el piloto del Repsol Honda ha disfrutado en una masiva rúa arropado por su equipo. Subidos sobre el remolque de un camión de bomberos, han recorrido las principales calles de su localidad natal hasta llegar a un escenario desde el que se ha dirigido a todos sus incondicionales. Márquez se ha encargado de animar una fiesta en la que no se ha olvidado de agradecer a su equipo, autoridades y especialmente a la afición, todo el apoyo recibido esta temporada. Estas fueron sus palabras:

"Estoy muy agradecido a toda la gente que ha venido hoy aquí, una vez más, para celebrar este título. Antes de ir al Gran Premio de Valencia, saliendo con la bici, ya veía todas las calles con banderas con mi nombre y empezaba a sentir cosquillas en la barriga. Por suerte, hoy el tiempo ha acompañado y desde la mañana las calles se han ido llenando de gente. Lo agradezco mucho, porque no solo están en los buenos momentos, también están en los malos, y es todo un honor recibir estas muestras de cariño y poder celebrarlo con todos ellos. Gracias, muchas gracias".

¿Pero como es Marc Márquez en su casa, con los suyos? Mantiene la modestia de sus primeros años. Su vida poco o nada ha cambiado, salvo su cuenta corriente y una popularidad reconocida en todo el mundo. Para ello, por su interés al margen de la comptición, hemos trnscrito la entrevista que le hizo hace cinco años, para el diario Marca, nuestro compañero -y sin embargo, amigo- Alberto Gomez. Un gran profesional que cambio su actividad de "contador" de MotoGP, para cponvertirse en el portavoz del equipo ofiaial Yamaha Moto GP. A partir de la próxima tempoerda se invlucra en un nuevo proyecto de MotoGP.

La entrevista

El mundo. Europa. España. Cataluña. Lérida. Cervera. El hogar, la cuna. La puerta del garaje esta bloqueada. La hoja metálica se yergue. Al fondo, una portezuela casi dibujada sobre una falsa pared. Detrás, un museo. Y una colección de joyas gastadas, apiladas con orden y decoro. Una ristra de monos alineados por añada. Restos de patrocinadores de otras edades. Hileras de cascos que parecen trofeos de caza. Y botas. Huele a cuero entremezclado con notas de gasolina. Varias motos reposan sus esqueletos sobre borriquetas. Hay herramientas por doquier. Hay color.

Es un desván hinchado de recuerdos. Un haz de sol hiende el cuarto, de unos 20 m2. El polvo revolotea al trasluz. Toques de misticismo. Una sacristía del motociclismo. "Gracias a mi padre todo esto está conservado", explica Álex Márquez, el pequeño de la casa. Julià Márquez, el culpable, cabeza del clan, anda finiquitando la jornada con la excavadora.

Él era el que anclaba el remolque al coche cada viernes por la noche para salir de gira con el Moto Club Segre junto a Roser Alenta, su mujer. En una de esas incursiones, mientras Julià oficiaba de comisario y Roser emparedaba bocadillos, Marc Márquez (Cervera,1993) se descubrió piloto. Imitando posturas, como un pequeño púgil mimetizando gestos de ring, convenció a su padre de su locura.

Un kart de Alonso
Aquella locura, de nombre Yamaha Piwi, necesitó acodarse en unos ruedines para no terminar amorrada contra el suelo. Esa minúscula máquina, el génesis, un regalo de Reyes de 1997, también está arrinconada en el garaje. Y un kart de la marca Fernando Alonso con su número, el 93. En ese mismo espacio de recreación, el piloto se dejó miles de horas de su vida.


Y continúa. "Aquí pasamos mucho tiempo con mi padre", admite Marc, rememorando minuciosamente cuanto allí ha sucedido todo este tiempo. "Mira, aquellas botitas rojas fueron las primeras que llevé, y aquél mi primer casco", señala con la nostalgia de una estrella de rock lustrando sus viejas guitarras. La última descansa bajo una lona al fondo del box de cada gran premio.

¿Y las vitrinas? Una pequeña alcoba alberga la sala de trofeos. Sobre varias estanterías se arraciman cientos de copas y galardones. Entre tanto metal se escabulle el casco con el número 1 dorado que Marc se embutió en Cheste, en noviembre del año pasado. Todos los trofeos están colocados por fechas. Aunque alguno no es del agrado del campeón.

Sus comienzos
Fuera, en la calle, a escasos metros de su casa, entre campos de cereales, olivos y almendros, discurren como arterias de arena los caminos que formaron su primer circuito. "Siempre salíamos por estos lugares a aprender", recuerda Marc. Sus días se extinguían entre visitas al colegio, correrías campo a través, bicicletas y apaños en el pequeño taller casero en el que tanto aprendieron él y su hermano. "Casi no íbamos al pueblo, siempre estábamos por nuestro barrio", añade Márquez.

De niño se tiraba en bicicleta por los callejones del centro

Un área residencial que idolatra a su vecino. Penden cartelones y sábanas con el número 93 en algunos adosados. El cariño ondea al viento.

Cervera, capital de la Segarra, una comarca árida con una intrincada historia, es un refugio, el punto de retorno, un viejo recinto amurallado desde cuya atalaya domina el mundo, su mundo. "Aunque no todo es tan bonito por vivir en un pueblo. Tengo tranquilidad, soy uno más, pero", lamenta, siempre sin torcer el gesto. Alguien golpea con los nudillos a la puerta de su casa. "¿Está tu madre?", pregunta el desconocido. "No", responde. "Es para ver si me firma unos pósters", replica el cerverí. "Todo el mundo sabe dónde vivo", cuenta, y se encoge de hombros. No refunfuña. La asunción de la popularidad no es fácil, pero sus férreos valores familiares le han enseñado a ser respetuoso, transigente, humilde...


"¿Nos vamos a dar una vuelta por el pueblo?", sugiere el piloto, cicerone en sus dominios. "Quedamos en la Plaza Mayor", informa, y aborda un Renault Clio Sport de un amarillo metálico que le han dejado para probar. Unos minutos más tarde, Márquez emboca la Calle Mayor y aparece en la plaza de la Paeria (ayuntamiento), un edificio barroco que impulsa la vida en Cervera. Marc busca acomodo junto a un soportal. Rafael, un guardia municipal, no lo apremia para que cambie de aparcamiento. "El campeón puede aparcar aquí donde quiera", bromea y le palmea la espalda..

Restaurante-Club de fans
Hora de comer. Marc, su hermano Álex, Alzamora y Roser descienden por una escalinata horadada por el paso del tiempo. El restaurante L'Antic Forn, escondido en el cogollo medieval, es casi un club de fans del 93. Fotos, carteles y algún recuerdo personal del piloto jalonan las paredes de un horno tradicional. Huele a pueblo. "Aquí todos los productos son de la tierra", anuncia la madre de Marc, que saluda al restaurador Eugenio Ortiz.

"¡Mira qué género!", exclama el propietario, "sin conservantes ni colorantes", y exhibe una caja con lamas de madera repleta de tomates orondos. La extiende y Roser los examina con las manos, con fruición de hortelano. "De la huerta, ¿no?", pregunta Roser. Marc ríe ante la escena. "Aquí todo es natural", afirma, satisfecha, mirando a sus hijos. Y oficia de maitre: "Cómete unos caracoles a la llauna", aconseja, descartando la hoja de menú. Emilio pide conejo. "Yo, algo de pasta", interpela Marc. "Y meló amb pernil (melón con jamón)". La dieta es fundamental, sobre todo en días de asueto. "A Marc le encanta el dulce", cuenta su madre. "Pero está prohibido", salta el piloto, que en su primer año en el Mundial no debía cohibirse tanto. Era tan liviano que debían lastrarle la moto con placas de wolframio y plomo para llegar al mínimo exigido por el reglamento en 125.

Con la mesa monda, no hay mucha sobremesa. "¿Seguimos?", invita Alzamora, que pese a sus constantes visitas a Cervera aún no conoce las entrañas de un pueblo que hunde sus orígenes en el siglo XII. "Vamos a ver este callejón que es muy bonito", explica Marc. El Carrerò de les Bruixes (callejón de las brujas) es una de las maravillas de un pueblo famoso durante siglos por los aquelarres. Marc va delante. "Si vieras los correfocs", dice Roser. Este callejón es un carrusel de disfraces en la Fiesta de las brujas que se celebra en agosto. Un tubo porticado estrecho y oscuro.

La guardería


El callejón de los aquelarres termina en una callejuela escarpada. Por aquí me tiraba en bici al salir del colegio. El costalón es muy pino, da vértigo. Y después de ascender, se accede a la Calle Mayor. Márquez se detiene. "Esperad, vamos a un sitio", espeta, tras pensar durante unos segundos. Y toma una bocacalle hasta asomarse a una puerta metálica. "Ésta era mi guardería, la Sagrada Familia". Cuando el piloto era un infante, su abuelo iba a recogerlo allí en un Nissan Patrol. "Siempre traía mi bici", comenta. Y con la misma frecuencia repetían aquella rutina.

El Carrer Mare Janer es una lengua de asfalto que desciende hasta desembocar en un parque. "Mi abuelo se ponía en medio de la carretera y paraba el tráfico para que yo me tirara por aquí". Resplandecen sus ojos. Los primeros coqueteos con la velocidad. Después llegaron las trampas de la Federación catalana para que pudiera competir pese a su pequeña envergadura. "Tenía tanto talento que sólo podía correr con mayores", recuerda a menudo Ángel Viladoms, su presidente, que hace tiempo calificó a Márquez como "un culo privilegiado". Para ir rápido en moto también las posaderas han de ser sensibles.


Posaderas y mucho sacrificio. "Marc y Álex siempre han sabido cuáles eran nuestros valores y lo que cuesta conseguir las cosas. Y espero que no cambien", advierte Roser, la vara con la que ambos hermanos miden todo aquello que los circunda. Por eso el afán, el esfuerzo constante, la generosidad, la mirada siempre temerosa hacia lo desconocido.

Otro miembro de la familia es su preparador físico, Genis Cuadros. Con él, el ilerdense tonifica el talento, "sin gimnasio, eh, que no es bueno coger mucha musculatura", puntualiza. Su puesta a punto es muy básica. "Bici y piscina", detalla Marc, y poco más. Nosotros no somos muy modernos". Ni falta que les hace.

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